Tríptico

Carol Inez Charney

Afuera
          
          el día tirita junto a los árboles desnudos
          el cielo ensopa los techos
          y acá de este otro lado

tu nombre
comenzó a llorar
          
          sobre el vidrio
          presas en sus celdas de            olvido
          las escarchadas letras
          se enfrentan a la duda         de la ventana
          escurrir la esencia
          dar el salto                                    al vacío
          ser charco
          o nido


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Autorreferencial

Cortada
la
arteria            trayecto de mi corazón             he quedado desamparada de aquél refugio blanco

todos los desvíos 
me llevan a
éste lánguido reloj estanco
donde muero cada día

frente a una
muñeca
 de cera.

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Rayas

Estoy 
interrumpida | rota | hecha polvo | para atrás | borrada | oscura | ciega
                                                                                              
                                                                                                        ahora



escribo  rayas  bajo tierra
oscuridades borradas
para atrás
/ caidas /
hechas polvo
rotas
entorpecidas

como yo.

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Mirándolos, estoy.


Atrás del gran vidrio que deja ver cómo el otoño se desmorona lento y añil, está sentado él. No sé su nombre, puede llamarse Augusto o tal vez Pedro. Tiene ese tipo de caras que acompañan un nombre simple. Tampoco importa cómo se llama. Es alto, delgado, su pelo es todo blanco y abundante bajo una gorra marrón a cuadritos. Sereno contempla los pájaros, las hojas caídas bajo sus pies. La tarde aún tibia pese a ser fines de mayo le queda perfecta a sus ojos. De tanto en tanto echa un vistazo atrás del vidrio empañado, parece no ver bien, pero se quedaba mirando igual. Sonríe con cierto encanto por lo que está viendo.
Yo desde acá no adivino qué es lo que mira. O a quién. Los niños ya se han ido. No sé a quién mira así, blando, enternecido y con las manos envueltas en un trapo celeste. Se sonríe y sacude la cabeza a un lado y al otro, como no pudiéndolo creer. Tal vez se ríe de lo ridículos que somos todos allí dentro de la burbuja de cristal, sumergidos en el agua, nadando, amarrados a los flota-flota, emergiendo con los ojos ardidos y rojos, sintiéndonos peces. Yo pato, me distraigo y Augusto desaparece de mi campo visual, había comenzado a volverse sombrío bajo los árboles pelados.
Ensimismada en mí actividad, me dejé flotar y jugar en el agua el resto de la hora. En ese mundo submarino estaba, cuando escuché el fin del turno del grupo de rehabilitación y veo que entra Augusto por la puerta principal con una bata celeste en sus manos y se le acerca a Emma, que es llevada en brazos por la profesora. Emma es menuda, le cuesta caminar. Él la alienta a avanzar -vamos, vamos, así me gusta- le dice y la envuelve entera con la bata de toalla y le seca la cara como a una niña. Ella ríe entre sus manos. Él se agacha hasta el oído de ella y le dice algo que Emma festeja, tomándole el brazo que le hacía falta para caminar mas segura y se dirigen a la zona de baños secreteando.


Yo me quedo mirándolos. 
Se han ido y sigo mirándolos, han desaparecido de mi vista y sigo mirándolos. 
Ahora que los escribo estoy mirándolos, ahora mismo que ya se fue esa tarde y hubo otras tardes en el medio, yo sigo pensándolos a Emma y a Augusto o Pedro o como se llame ese terrón de azúcar. Sigo mirándolos florecer en medio del invierno inminente, mientras todo se vuelve gris y los caminos se humedecen.

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La lluvia de tu voz


Víctima de una congoja turbia
atravieso el corredor del día
pasando el dedo por sobre la pared
                                                                      pastosa
el camino que dejó ese latigazo negro
que no se va con nada
descascarando la pintura aguada
que me dejó la lluvia
de tu voz

vencida.

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